Hoy es el fin del mundo.
Estoy sentado en la sala, en la casa de mis padres en Yokohama Japón. Es un lugar tranquilo, un maravilloso puerto pero justo este día, es el fin del mundo.
Un gran alboroto mundial que llena los titulares del mundo entero, en diversos idiomas, culturas; pero un mismo color apocalíptico.
Me inunda una gran emoción el sentarme a escribir y es que al fin y al cabo no todos los días es el ¡fin del mundo!
Así que comienzo con el corto título: Hoy es el fin del mundo. Sería muy difícil explicar un título así en otras épocas pero justo hoy es dramáticamente coherente con las noticias mundiales.Y que sí, son las 6:45 de la mañana del día 21 de diciembre del año 2012 y el profético calendario de la gran cultura maya, anunció este día como el fin de la humanidad.
No me puedo concentrar pues veo en las noticias cientos de personas dirigiéndose a sus búnkers en Rusia, otros esperan cerca a una montaña en Francia donde aparecieron algunos discos voladores asegurando que allí habrá salvación. Es un esperado y anunciado día para los seguidores de la cultura profética Maya y que ahora tienen en vilo también a millones de personas en todo el planeta que poco a poco son abrazados por la duda y la incertidumbre.Aunque escéptico me río al ver algunas ocurrencias de la gente para enfrentar el fin del mundo, pero de repente también me veo contemplando por la ventana y reflexionando en la pregunta de algunos noticieros más creativos:
“y usted”¿Qué haría Si hoy fuera el fin del mundo? ¿Qué debería estar haciendo?
Entonces hago el ejercicio. Bueno, pues no soltaría la mano de mi esposa Aleisy con quien he enfrentado varios infiernos, nuestros niños estarían cerca a mi pecho para protegerlos y dar algunas indicaciones.
Al estar de visita en la casa de mis padres me acercaría a ellos para agradecer sus hazañas por sacar adelante mi vida y la de mis hermanos, los abrazaría fuertemente.
Miraría a mi padre a los ojos fijamente como nunca lo he hecho, le diría que lo amo y que lo respeto con toda mi alma sin importarme lo japonés que fuera nuestra relación.Luego de derramar unas lágrimas en el regazo de mi madre como lo hice cientos de veces y volvería con mi familia para emprender la gran odisea de enfrentar y sobrevivir el fin del mundo. Nunca supe otra forma de morir a no ser luchando, y menos mi esposa.
Ahora soy un loco desquiciado mirando por la ventana, analizando cientos de posibilidades de enfrentar el fuego, tsunamis, terremotos, pasando de hacer un ejercicio imaginativo a ver volcanes y meteoros lloviendo, todas mis ecuaciones terminan en una muerte inminente de la pobre familia Yokoi en medio del fin del mundo.
Sumido en la trampa del miedo e incertidumbre junto a millones de personas ese día, de repente mi padre sale de su habitación y me despierta a la silenciosa y tranquila realidad de la casa.
Enciende el aire acondicionado que está justo sobre mi cabeza, mientras yo sigo de pie frente a la ventana, nuestros rostros están demasiado cerca para una relación padre e hijo japonesa, no estoy muy seguro si me mira de reojo o no me ha visto aún, pero le doy los buenos días en japonés inclinado un poco mi cabeza.
Sin ninguna expresión en el rostro, sin dirigirme la mirada, responde en tono bajo como un órgano antiguo de una iglesia: «Ohayo» (Buen día) recordándome que a él le es fácil dar la vida por sus hijos, pero un abrazo espontáneo es pedir ya demasiado, “Es un bendito japonés diría mi madre”.
¡Kenji Ohayo! Grita con una voz viva, cálida como uno de esos personajes del manga japonés y corre hacia mi con sus brazos abiertos.
Es Emi Yokoi, mi hermana menor de escasos 8 años quien en un perfecto español me dice; «buenos días Kenji». Seguido de un abrazo profundo y largo, me dice ahora en japonés: “Estoy feliz de que estés en casa de nuevo”.
Mi madre se ha encargado de enseñarnos la cultura latina del abrazo a decir palabras de afecto cuando lo sentimos y reír con ganas como lo hace un bendito latino.Y fue así, mis queridos lectores, que sin darme cuenta, Emi le dio fin aquella mañana a “mi fin del mundo”, llenándolo de alegría con su dulce voz y su dulce abrazo.
«En el mundo tendréis aflicciones, pero no temas, yo he vencido al mundo”.
Yokoi Kenji Díaz
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Hola gran hombre, es inevitable agradecerle por su existencia ya que aporto en mi bienestar como persona madre y mujer lo conocí justo cuando afrontaba una separación de 21 años, de casada, me quede con mis cinco maravillosos hijos, muchas personas trataron de hacerme entender y aceptar cosas que eran necesarios para seguir adelante y no podía o no quería entender, pero luego comenze escucharlo una y otra vez y al fin lo entendí todo. Todo lo que escucho o leo lo que usted dice por más simple que sea me gusta por qué coincido con lo que dice o no lo sabía y algunas veces me hace reír, su sencillez y gran talento para contar sus experiencias o anécdotas lo hace único lo engrandece, nunca pierda su luz. También agradezco a su buena y maravillosa esposa pues creo que ella juega un rol importante en su carrera. Hasta pronto.